martes, 12 de mayo de 2009

Sólo ocurre en Lima

Buses-mercados

Los vendedores de “productos golosinarios” que ofrecen sus productos en los vehículos de transporte público buscan ‘congraciarse’ con sus potenciales clientes ofreciéndoles una canción para que se ‘deleiten’ previamente y accedan a comprarles su mercadería.
A veces quisiera comprarles todas sus golosinas a cambio de que no canten, pero imposible: nunca adquiero productos ambulantes ni doy propia a nadie, que no sea la iglesia o una institución benéfica reconocida.
Es más, prefiero a los que dicen haber salido de prisión y se han regenerado y venden productos “para llevar un pan al seno de mi hogar” (sic), que tienen a su hijita enferma de asma (desde hace cinco años), o un familiar (hija o madre, no hay otro) que requiere de una operación urgente (desde hace tres años y con receta de Azángaro incluida), o han venido de Piura o Ica (nunca otro lugar), les han robado y no tienen cómo regresar a su hogar.
Francamente, aparte de las molestias que ocasionan a quienes están conversando o dormitando; pensando en cómo solucionar un problema o lograr el objetivo por el cual viajan; o simplemente leyendo (como es mi caso), un viaje urbano en Lima se ha convertido en un reto a la paciencia y la tolerancia.
No bien subido al ómnibus o micro aparece un vendedor, al que se suceden, uno tras otro, hasta el final de tu viaje, y hasta las 11 de la noche, ni más ni menos.
¿Hay alguien o ‘álguienes’, como diría Sofocleto, que nos libre de esta plaga?


¿Para discapacitados?

Y qué me dicen de los llamados ‘asientos reservados’ en cada micro o bus para las gestantes, ancianos, discapacitados o señoras con crío en brazos. Están ubicados en la parte delantera, casi siempre detrás del conductor, pero ocupando el lugar de la carrocería donde se ubican las ruedas, de suerte que quien ocupe el asiento no tiene dónde colocar las piernas y tiene que viajar en posición fetal o como las momias incaicas.
Esta ubicación no debiera también ser cuestionada por los ‘revisores técnicos’, al igual que los asientos demasiados próximos entre sí en micros y coaster (o cúster’). Sucede que cuando uno se sienta, pese a que la talla promedio de los limeños es baja (1.68 m), tiene que sentarse de costado o con las piernas abiertas, con todas las molestias consiguientes para el pasajero de al lado.


Hablando de chatos: sucede que los ómnibus, principalmente los llamados ‘Bussing? tienen los pasamanos que cuelgan del techo a una altura que con mucho esfuerzo es alcanzado por el limeño ‘talla medium’. O se empina o se estira como si quisiera alcanzar algo que está en una alacena fuera de su alcance.

Una más: los microbuseros están obligados a tener cinturón de seguridad para él y para el pasajero que viaja a su derecha al lado de la puerta. Qué bien.
¿Y el pasajero que viaja al medio, sentado sobre un cojín colocado sobre el motor del vehículo? Para él no hay cinturón de seguridad.
Me pregunto: ¿El plan de seguridad vial no ha contemplado esta situación?
Desconozco si algún reglamento contempla esta irregularidad. Pero, ¿la policía es ciega que no la ve?
¿Tendremos que esperar que haya un muertito que estaba viajando en ese lugar para recién corregir la irregularidad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario